El torneo más cruel del mundo

Un grupo de muchachines de colegio secundario sale a la cancha: no pasan de 18 años, pero los espera una línea de decenas de fotógrafos apilados, que luego se colocan detrás de los arcos, esperando ansiosos la acción. Es lunes, es mediodía, pero en la cancha, para ver a este grupo de chiquilines, hay más de 58 mil personas. La cancha es el Estadio Olímpico de Japón: el evento, la final del Campeonato Nacional de Escuelas.
Un marco sensacional para un partidazo. El Maebashi Ikuei y RKU Kashima empataron en uno, fueron a penales y patearon 10 veces cada uno hasta definir al campeón (Maebashi) del torneo más prestigioso y antiguo del fútbol japonés: lleva 103 ediciones siendo cuna de cracks, aunque no siempre gozó de su actual popularidad. De hecho, los 58.347 espectadores de la final del lunes fueron récord histórico para el torneo de gran tradición, pero que ha crecido a medida que el fútbol se fue transformando en el segundo deporte en masividad en Japón.
El primero, claro, es siempre el béisbol, con su propio torneo de escuelas secundarias que inflama las pasiones nacionales. A su sombra estaban todos los deportes, incluso el fútbol, un deporte de pocos practicantes y relevancia mediática hasta la tormenta perfecta que tuvo lugar hacia el fin de siglo en Japón: la creación de la J-League, la liga profesional de fútbol del país del Sol Naciente, en 1993; la primera clasificación mundialista, en 1998; y, finalmente, la llegada del Mundial a Japón, en 2002.
Pero esa explosión de popularidad, explica Marcos Cressi, el creador de Fútbol de Samurais (@FutbolSamurais), autoridad en el asunto, ya se estaba gestando en el fútbol juvenil japonés, “mérito enorme del diario Yoimuri: antes de los 70, el All Japan se jugaba en el área de Osaka (donde nació este torneo) y no era muy popular, pero Yomiuri vio potencial y lo trasladó al área de Tokio, y a partir de ahí la popularidad creció exponencialmente”.
Colaboró con esa creciente popularización, a mediados de los 80, “Captain Tsubasa”, esa serie que conocemos como “Supercampeones”, que impulsó a miles de chicos a abandonar sus sueños de beisbolistas y pasarse al fútbol. Todo en aquella serie parece exagerado, desde los jugadores voladores hasta los tiros de parábolas imposibles que destrozan guantes y manos. Pero resulta que los públicos multitudinarios para ver partidos de escuela secundaria eran reales, al igual que la dureza casi criminal de uno de los eventos futbolísticos más crueles, más despiadados del mundo.
Al torneo clasifican los ganadores de las clasificatorias de 48 prefecturas. Esos torneos regionales son a eliminación directa: si en tu prefectura hay un equipo fuerte, quizás nunca veas un torneo nacional. Y tenés solo tres chances: el torneo agrupa escuelas secundarias, que en Japón recibe a los graduados de la escuela media, entre los 15 y los 18. Tres años adolescentes, para alcanzar el sueño de llegar, solamente de llegar, al campeonato de fútbol más prestigioso del país.
También se define por eliminación directa el Campeonato Nacional en sí: los 48 equipos se cruzan en duelos a un partido para pasar de ronda. Los derrotados caen desplomados al piso, rompen en llanto, es una escena ya tradicional: saben que quizás no tengan más chances en su vida de alcanzar la gloria escolar. Ayuda al quiebre emocional que están extenuados: además de la presión, se juega casi sin descanso. Los finalistas atravesaron seis rondas en dos semanas: la semifinal se jugó el sábado; la final el lunes.
La dureza del torneo lo envuelve de su mística. Es también un reflejo de la mentalidad del país en torno al deporte, que aparece en Japón (como en Europa) como una extensión de la educación juvenil y el entrenamiento militar, una forma de templar el cuerpo, forjar disciplina, sacrificio y espíritu de lucha. Japón estuvo en el bando perdedor la Segunda Guerra Mundial y el Imperio se vio obligado a disolver un ejército envuelto en leyendas de guerreros, adversidad y honor, pero esa mentalidad sobrevive en los clubes deportivos de las escuelas secundarias, donde chicos de 16, 17 años atraviesan entrenamientos voraces de 6, 7, 8 horas por día, todos los días, incluyendo fines de semana, y juegan partidos atravesando lesiones que pueden poner en riesgo una futura carrera.
Aunque la globalización empieza a desafiar la sacrificada concepción del deporte, jugar al fútbol en la escuela no se trata de divertirse, sino de hacerse hombre en el más tradicional sentido del término.

La pirámide japonesa
Sobrevivieron este año a los brutales entrenamientos y la seguidilla de partidos Maebashi Ikuei y RKU Kashima, los finalistas, que se contaban entre los favoritos: los dos militan en la Premier League U-18, el campeonato con formato de liga para los sub 18 donde juegan también las academias juveniles de los equipos de la J-League.
Es un sistema doble. Por un lado, hay dos torneos nacionales para equipos de escuelas secundarias, el invernal (el All Japan), el más tradicional, con 103 ediciones, y el de verano (el Inter High), de menor prestigio, que lleva 68 ediciones. Los dos cuentan con sus clasificatorias regionales, pero solo pueden participar equipos de colegios.
Por otro lado, “academias y escuelas se enfrentan en las ligas organizadas por la JFA -la asociación japonesa de fútbol- que cuentan con 3 divisiones: Premier League, Prince League (Regional) y Prefectural League”, explica Cressi. Las academias tienen además sus torneos exclusivos: juegan el Japan Club Youth y la J. Youth Cup.
Cada sistema, analiza Cressi, crea jugadores diferentes: “La diferencia entre un jugador surgido en escuelas secundarias o academias seguramente sea que los de escuelas son más competitivos y tienen liderazgo, mientras que los de academia son más relajados”, dice Cressi.
De hecho, más de la mitad de los jugadores que fue parte de la selección en 2022 y derrotó a Alemania y España es surgido de escuelas secundarias: 13, contra 12 de academias. El número de jugadores de academia crece con cada Mundial, pero siguen siendo más los surgidos en las competencias escolares, que han recibido nombres como, menciona Cressi, “Keisuke Honda, Shunsuke Nakamura, Shinji Ono, Daisuke Matsui, Nagatomo, Takashi Inui, Hidetoshi Nakata, Naohiro Takahara, entre muchos otros”.

Las escuelas son una base robusta para la pirámide del fútbol japonés, solo enriquecidas por la irrupción de las academias con el inicio de la liga profesional. Y las competencias múltiples a nivel juvenil permiten que equipos con 100 o 200 jugadores puedan formar varios equipos (el A, el B, el C) y que muchos tengan competencia a nivel organizado: el fútbol base en Japón es una verdadera fábrica de jugadores.
¿Qué falta, entonces, para que Japón, como se vaticina en cada Mundial, rompa el cerco de los octavos de final y se convierta en una fuerza dominante? Cressi responde esbozando una respuesta compleja que podría resumirse afirmando que falta rebeldía para romper los esquemas, el férreo corset enseñado desde las bases en el deporte japonés.
Pero no, dice, la rebeldía que predica otro anime futbolero hoy en auge, “Blue Lock”: “A partir de ‘Blue Lock’ apareció la teoría de que a Japón le falta un 9 egoísta que haga goles y más goles. ¿Sueñan con un Haaland? Y en mi opinión eso es lo que menos necesita Japón, porque no encaja con el estilo que suele practicar”.
“Maradona, Messi o Zidane eran ese tipo de jugadores y no tenían un ego exagerado como pinta ‘Blue Lock’. Todos ellos mejoraban al equipo y se asociaban con sus compañeros y así mejoraban todos. Honda fue lo más parecido que Japón tuvo a eso. Sin embargo, yo creo que además se necesita un organizador de juego, alguien que marque el ritmo del partido, que sepa leer lo que pida el partido y decida cuándo atacar, cuándo defender, cuando subir o bajar el ritmo. En las eliminaciones contra Bélgica y Croacia (últimos dos mundiales) se anotaron 2 goles y 1 gol respectivamente, entonces el gol no es el problema. ¿Cuál es el denominador común en ambos partidos? Japón comenzó ganando, pero no pudo seguir con el mismo ritmo y se lo remontaron”.