El robo a España en el Mundial 1934 de Mussolini: goles anulados, patadas sin expulsados y árbitros corruptos

La Copa Mundial de 1934 disputada en la Italia fascista fue, sin dudas, la más polémica de toda la historia de la competición hasta el momento. El régimen comandado por Benito Mussolini utilizó a la misma como un instrumento de propaganda e hizo todo lo posible -y más- para que el seleccionado local se consagrara campeón. Por eso, el camino hacia la cima de la Azzurra estuvo teñido de enormes polémicas, en donde los árbitros terminaron siendo los grandes protagonistas.
Un claro ejemplo de esto fue lo que sucedió en el encuentro frente a España por los cuartos de final. Un extraño gol le permitió a los italianos ponerse 1-1 el 31 de mayo, en el estadio Giovanni Berta de la ciudad de Florencia, en un encuentro donde primó más la violencia que el fútbol y que tuvo como saldo negativo una gran cantidad de lesionados, en su mayoría españoles. El juez francés Louis Baert quedó en el ojo de la tormenta.
Tras seguir igualados en el tiempo suplementario disputaron un partido desempate al día siguiente -no existía la tanda de penales-, en donde los locales se impusieron por un ajustado 1-0 gracias a que a España le anularon dos goles. ¿El árbitro? El suizo René Mercet, cuya actuación fue tan polémica que fue expulsado del arbitraje de por vida cuando regresó a su país.

Mussolini y el Mundial: “Vencer o morir”
Benito Amilcare Andrea Mussolini, líder del Partido Nacional Fascista, logró llegar al poder en Italia en 1922 e instauró un régimen totalitario en donde exacerbó al máximo el nacionalismo italiano y fue en busca de la conformación de la “Gran Italia”, una suerte de continuación -especialmente desde el discurso- del Imperio Romano. Apostó fuertemente al crecimiento de la milicia y a la conquista de nuevos territorios, mientras que “puertas para adentro” se encargó de perseguir a los opositores, especialmente a los comunistas. Busco transformarse en una especie de Emperador modelo siglo XX.
En su proyecto, la práctica deportiva tenía un papel central, especialmente a la hora de educar a los jóvenes varones, ya que a partir de la misma se forjaban valores como la acción, la fuerza y la disciplina. En pocas palabras, se formaban modelos de “buen fascista” que sirvieran a la patria italiana. Ocurrió algo similar en la Alemania Nazi de Adolf Hitler y se repitió en otros régimenes autoritarios que perseguían objetivos similares con su población.
Pero para entender la importancia que le dio Mussolini al Mundial, tal vez como ningún otro político en la historia de la competencia, hay que señalar que el deporte en aquellos años terminó de consolidarse como un gran entretenimiento. El fútbol, por ende, podía ser utilizado como herramienta propagandística al igual -o más- que el cine. Su impacto sobre el pueblo italiano, como así también en el exterior, era enorme.
A Mussolini en realidad le interesaba poco y nada el fútbol como deporte, pero entendió que organizar una Copa Mundial era una gran oportunidad. Intentó quedarse con la sede de la primera edición en 1930, que terminó disputándose en Uruguay. Entonces, para 1934 se encargó de asegurarse ser el anfitrión. Muchos aseguran que hubo presiones a Suecia, otro de los países interesados en albergar el máximo campeonato de fútbol masculino a nivel selecciones.
Según señala una publicación del diario Mundo Deportivo de España del 9 de octubre de 1932, la Federación Italiana de Fútbol presentó un “interesante proyecto” a la FIFA que le permitió quedarse con la organización de la Copa del Mundo. El mismo, que planteaba cómo iba a ser la competencia -duración de dos semanas y sedes en diferentes ciudades italianas- y estimaba un gasto de 3 millones de liras, parecía ser superior a cualquier otro.
Conseguida la sede, Mussolini fue por su segundo objetivo: que Italia salga campeón. La victoria deportiva en una competencia mundial, la cual iba a tener una repercusión en buena parte del planeta, era entendida como un triunfo del régimen fascista. Por eso cualquier otro resultado que no sea la consagración iba a ser tomado como un fracaso rotundo. “Vencer o morir”, era la premisa del dictador para el primer Mundial de fútbol celebrado en territorio europeo.
Italia comenzó a preparar su victoria años antes con la conformación de un potente plantel que tenía como refuerzos a cinco sudamericanos nacionalizados, una decisión polémica que la FIFA aprobó sin cuestionamientos. El primero fue el argentino Luis Monti, adquirido en 1931 por la Juventus de Turín luego de recibir amenazas en su país y su entonces club, San Lorenzo de Almagro, por su actuación en la final del Mundial 1930, en donde defendió los colores de la Argentina en la derrota 4-2 ante Uruguay. Lo tildaron de “fracasado”.
Luego se sumaron otros tres argentinos a la Azzurra: Atilio Demaría, saltando desde Gimnasia y Esgrima La Plata al Internazionale de Milan; Enrique Guaita, que fue sumado a la Roma desde Estudiantes de La Plata; y Raimundo Orsi, quien pasó de Independiente de Avellaneda a la Juventus. El restante jugador nacionalizado fue el brasileño Anfilogino Guarisi, popularmente conocido como Filó, quien en el momento de ser fichado por la Lazio estaba jugando en el Corinthians de San Pablo.
Vale remarcar que el reglamento de la FIFA de aquellos años para las selecciones nacionales señalaba que “el jugador que haya representado a una Asociación Nacional en partido internacional no será calificado para representar a otra Asociación sino después de un plazo de tres años de residencia en el territorio de su nueva Asociación”. Monti y Demaría, por ejemplo, habían jugado hasta 1931 con la Selección Argentina, por lo que la maniobra de la Federación Italiana era ilegal.
La otra gran polémica de la previa mundialista fue la serie de eliminatorias ante Grecia. Debido al éxito del Mundial 1930, 34 selecciones le manifestaron a la FIFA su intención de estar en Italia 1934. Por este motivo, la casa madre del fútbol tuvo que organizar por primera vez un clasificatorio en el que participó hasta el conjunto italiano, al que le tocó enfrentarse a Grecia para quedarse con un cupo: en la ida la Azzura ganó 4-0, pero los griegos se negaron a jugar la vuelta, hecho que hasta el día de la fecha se lo atribuyen a una supuesta intervención de Mussolini.
Vale remarcar que el campeón vigente, Uruguay, no estuvo presente en “venganza” del boicot europeo hacia su Copa del Mundo. En un principio se dijo que Argentina -subcampeón en 1930- iba a solidarizarse con su país vecino, pero por aquel entonces había dos asociaciones en el fútbol argentino y una de ellas terminó enviando un equipo, aunque el mismo estuvo conformado por futbolistas amateurs y, por ende, estuvo lejos de ser un candidato a título como lo había sido cuatro años antes.
Ya con los 16 equipos definidos, la FIFA llevó a cabo el sorteo de los octavos de final -no hubo fase de grupos- el 3 de mayo en el Hotel Ambasciatori Palace de Roma. Armó dos copones: uno con equipos “fuertes” integrado por Italia, Alemania, Austria, Brasil, Checoslovaquia, Hungría y Países Bajos; y otros con selecciones “débiles” conformado por Bélgica, Egipto, España, Francia, Rumania, Suecia, Suiza y México/Estados Unidos (jugaban 21 días después para definir quien iba).
Muchos dudaron de la transparencia del sorteo, especialmente porque Italia fue emparejado con México/Estados Unidos (finalmente sería el combinado estadounidense), dos selecciones consideradas débiles en aquel momento. En la cancha quedó clara la diferencia: los italianos se impusieron por 7-1 ante el conjunto norteamericano.

Primer partido: la batalla de Florencia
En los cuartos de final Italia tuvo que enfrentar a un candidato al título, España, que venía de vencer 3-1 al Brasil de Leonidas y tenía en su plantel varios futbolistas destacados: el arquero Ricardo Zamora (Real Madrid), los defensores Ciriaco Errasti Suinaga (Real Madrid) y Jacinto Quincoces López (Real Madrid); el mediocampista Leonardo Cilaurren (Athletic Club); y los delanteros Isidro Lángara (Real Oviedo), Ramón de la Fuente Real, conocido como Lafuente (Athletic Club), Luis Regueiro (Real Madrid) y Guillermo Gorostiza Oaredes (Athletic Club); entre otros.
El encuentro se disputó el 31 de mayo en la ciudad de Florencia, en el estadio Giovanni Berta, bautizado así por un joven mártir fascista -en la actualidad lleva el nombre “Artemio Franchi”, en honor al ex presidente de la Fiorentina y ex vicepresidente de la UEFA-. Un mito dice que la forma en “D” del recinto es un homenaje a Mussolini, quien se hacía llamar como “Il Duce”, aunque varios medios italianos indican que en realidad dicha estructura se debe a que era la mejor forma para colocar una pista de atletismo y que entre la recta más larga, la cual se usa para pruebas como los 110 metros con vallas.
El árbitro fue Louis Baert y la Azzura, dirigida por Vittorio Pozo, alistó desde el inicio el siguiente equipo: Giampiero Combi; Luigi Allemandi, Eraldo Monzeglio; Armando Castellazzi, Giovanni Ferrari, Giuseppe Meazza, Luis Monti, Mario Pizziolo; Enrique Guaita, Raimundo Orsi y Angelo Schiavio. España, por su parte, presentó el siguiente once inicial diagramado por el entrenador Amadeo García Salazar: Zamora; Ciriaco, Quincoces; Cilaurren, Iraragorri, Jose Muguerza; Fede Saiz, Gorostiza, Lafuente, Isidro Langara e Luis Regueiro.
Con la presencia de miles de italianos, ansiosos por una nueva victoria de su seleccionado, el partido comenzó con mucha intensidad y desde el primer minuto quedó en claro que las patadas, los empujones y los golpes iban a ser grandes protagonistas. En el primer tiempo, igualmente, reinó un poco más el fútbol y España fue quien logró abrir el marcador a los 31 minutos con un tanto de Regueiro, quien estuvo muy cerca de marcar el 2-0: pero el juez le cobró una dudosa mano y no le permitió volver a festejar. De esa jugada llegó el empate italiano.
El 1-1, marcado por Ferrari antes de que terminaran los primeros 45 minutos, se convertiría en una de las grandes polémicas del Mundial: el mediocampista mandó la pelota al fondo de la red gracias a que Schiavo estaba sujetando a Zamora. Baert, quien vio todo lo ocurrido dentro del área, terminó convalidando el gol a pesar de que en un comienzo amagó con anularlo. El arquero español, considerado el mejor del mundo en aquel momento y que ante Brasil se convirtió en el primero en atajar un penal en un Mundial, se quedó masticando bronca por lo sucedido.
El segundo tiempo fue una verdadera batalla: la pierna fuerte provenía de ambos seleccionados, aunque la violencia de los italianos era mayor. Los medios españoles señalaron a Monti como el principal “golpeador” del conjunto italiano y el culpable de dejar lesionados a varios españoles. Igual, en medio de los golpes y las infracciones, hubo algo de fútbol e inclusive la pelota finalizó en el fondo del arco italiano gracias a un disparo certero de Lafuente: el árbitro anuló el gol entendiendo que estaba en posición adelantada. Según marcan las crónicas de los periódicos españoles, se vio con claridad que el tanto fue lícito.
Años más tarde, Quinconces habló de dicha jugada y afirmó: «Lafuente hizo todo un jugadón, se escapó de los defensas italianos, y en jugada personal marcó el 2-1. Aquí llegó nuestra sorpresa porque el árbitro lo anuló porque quiso. Cuando nos comentó que había sido fuera de juego nos reímos. ¡Lafuente había hecho la jugada él solo, sin apoyo de ningún compañero!».
Tras finalizar los 90 minutos reglamentarios con empate, y tal como señalaba el reglamento, se tuvo que jugar un tiempo suplementario de dos etapas de 15 minutos. La violencia estuvo lejos de mermar y España finalizó con siete lesionados: Zamora, Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri, Gorostiza y Lángara. El portero, con dos costillas fracturadas, se llevó la peor parte. Además el elenco español reclamó una infracción dentro del área a Gorostiza, cuando estaba a punto de rematar, que Baert entendió que no era penal.
Como aún no existía la definición por penales, se tuvo que jugar otro partido, el cual fue organizado para el día siguiente. El reconocido periodista español Jacinto Miquelarena, en la crónica de partido que escribió para el periódico ABC, aseguró:: «El goal de los italianos no debió concederse, y el goal de Lafuente no debió anularse (…) Se puede hacer un resumen reconociendo que los italianos juegan más, pero España pudo haber ganado con otro árbitro».
En cuanto a los protagonistas, quien fue muy duro con su declaraciones horas después del encuentro fue Zamora. «Nos birlaron el partido, que ha sido nuestro casi siempre, aunque con una dureza extraordinaria. Se ha jugado a un tren de verdadera locura y, como resultado de tantas violencias, ellos y nosotros salimos tocados, casi sin excepción. Fue indignante el gol que nos metieron y el gol que nos anularon», expresó en diálogo con la prensa española.
«Para empatar, me hicieron falta. Schiavio me alcanzó con dos soberbios puñetazos que me enviaron a sentarme al fondo de la red. El árbitro no tenía duda, lo iba a anular. Entonces, los italianos le trajeron a los jueces de línea, y éstos le convencieron para dar validez a semejante tanto. El segundo de Lafuente fue magnífico.Lafuente se internó, dribló y lanzó un disparo estupendo. Todavía no sé explica nadie por qué anuló ese gol», agregó el arquero, con un claro fastidio.

Segundo partido: la polémica actuación de Mercet
Apremiada por el calendario, la FIFA decidió que el desempate se dispute al otro día y en el mismo escenario. En este contexto, España no pudo utilizar a siete de sus futbolistas por lesión y saltó al campo de juego con un equipo emparchado: Juan Nogues; Quincoces, Zabalo; Cilaurren, Simon Lecue Jose Muguerza; Campanal, Chacho, Crisanto Bosch, Regueiro y Martin Ventorla. Italia también tuvo bajas, producto de la violencia del encuentro anterior, aunque menos: Pizziolo, Castellazi, Shiavio y Ferrari fueron quienes no pudieron jugar. El once inicial, por ende, estuvo conformado por: Giampiero Combi, Luigi Allemandi, Eraldo Monzeglio; Luigi Bertolini, Attilio Ferraris, Giuseppe Meazza, Luis Monti; Felice Borel, Atilio Demaria, Enrique Guaita y Raimundo Orsi.
El árbitro en esta ocasión fue el suizo René Mercet, que lejos de pasar desapercibido se terminó convirtiendo en el gran protagonista de la tarde. Por un lado le convalidó un gol a Italia, obra del histórico Giuseppa Meazza, a pesar de una infracción sobre el arquero español Nogues; mientras que por otro le anuló dos tantos a los españoles: uno de ellos por una supuesta posición adelantada de Campanal, quien se encontraba por detrás de Regueiro, el autor del tanto no convalidado. A pesar de las protestas, el juez se mostró firme en sus decisiones.
La violencia también dijo presente en este partido y Monti nuevamente quedó en el ojo de la tormenta: lesionó a los 31 minutos a Bosh, que anteriormente había recibido otro golpe, mientras que un golpe en el pecho a Quincoces dejó malherido a dicho futbolista. El árbitro, al igual que Baert, se mostró permisivo y dejó pegar. “España era la mejor”, aseguró el periódico español El Mundo en 2014 en un informe especial sobre dicho encuentro, asegurando que el combinado ibérico era el mejor de todo el campeonato y que quedaron eliminados del Mundial por “descarados arbitrajes”.
Acabada la batalla, los italianos se dirigieron al público realizando el saludo fascista para satisfacción de Mussolini. Los españoles, a la par, los imitaron en tono de burla dirigiéndose al árbitro, quien terminó siendo apartado de por vida del arbitraje por parte de su Federación y, posteriormente, por la FIFA. Más allá de esta medida, nadie le sacó el triunfo y el pase a las semifinales a los italianos.

El histórico árbitro belga John Langenus, que seguía los partidos como enviado especial, calificó a España como el “verdadero campeón” y marcó que era evidente que Italia debía ganar ese partido. La revista deportiva alemana Fussball señaló, por su parte, que Mercet “no había tenido valor” y el periódico suizo Basler Nationalzeitung afirmó que el juez de su país “había favorecido a Italia de la forma más vergonzante”. A excepciòn de los medios italianos, en el resto del mundo no tenían dudas en afirmar de que el árbitro había influido en el resultado favoreciendo a los locales.
Tras el encuentro, otra vez salió a hablar Zamora. En diálogo con el periódico La Voz, lanzó: «En Florencia no ganó Italia, ganaron unos árbitros poco escrupulosos. Árbitros que perdieron ante la sumisión al deseo de los italianos». Dicho medio de comunicación, justamente, fue quien motorizó un particular homenaje a los futbolistas españoles: una colecta para comprarle medallas. El equivalente a 10.000 diarios -a diez céntimos la unidad- fue el aporte de La Voz, mientras que otros periódicos también se sumaron a la movida aportando dinero.
El gobierno español, por su parte, decidió concederle al plantel y el entrenador la encomienda de la orden de La República. La fecha del homenaje, en donde también se entregaron las “medallas del pueblo”, se produjo el 20 de diciembre de aquel año y estuvo encabezado por el presidente Niceto Alcalá Zamora. Para los españoles el “campeón moral” fue su seleccionado, asegurando que sin la presión de Mussolini le hubiesen ganado en cuartos de final a Italia.